
En esta ocasión Netflix se apunta un tanto de la mano de la televisión pública británica. La BBC y la plataforma han conseguido revivir al famoso conde de una manera que más o menos acertada, resulta bastante digna. Han sido los creadores de Sherlock los que esta vez se han propuesto dar su tan personal toque a otra figura de ficción que ya prácticamente se ha convertido en patrimonio inmaterial de la humanidad… pese a mostrar su más absoluto desprecio por nuestras vidas.
Esta interesante versión del empalador se adentra en desentrañar los secretos de “las reglas del vampiro”. El por qué de su aversión al Sol, a los cruzifijos y a no poder entrar en una morada sin invitación, entre otros.
Lo que cambia en Drácula
Quizá cuando uno vuelve a querer meterse en el universo de un personaje histórico (por la larga tradición del personaje, no porque fuera real) lo que busca el espectador es reencontrarse con una esencia clásica mejorada por las nuevas técnicas. No sucede exactamente así con esta historia de Drácula. Los efectos visuales, aunque notables en ciertas partes, no suponen un atractivo por sí mismo para disfrutar de esta miniserie. Lo que sí cambia en esta adaptación es la propia naturaleza de los protagonistas.

Si Drácula pasa de ser un héroe de batalla rudo, sanguinario y salvaje a un esnob charlatán y lenguaraz, entonces todo queda permitido. Una figura hambrienta convertida en un selecto gourmet de la sangre que más cultura, conocimientos y facultades le pueda aportar. Esto siempre había estado presente en el personaje, pero nunca hasta el punto de prácticamente hacer castings o casi estudios de mercado, las ganas de saciar su sed se orientaban más por los instintos sexuales y de supervivencia. Hablando de los instintos sexuales, Drácula ha sido tradicionalmente mostrado como una figura seductora que no dudaba en atraer tanto a hombres como a mujeres. Algo que mantiene en esta adaptación con un fallo. La figura del vampiro no cuenta a mi parecer con ningún encanto físico, que sería lo menos importante, pero tampoco despierta una atracción personal. Esta opinión, como la inmensa mayoría de las que doy aquí, es bastante personal. De hecho, un amigo (de cuyo criterio audiovisual me fío puede que incluso más que del mío) me dijo que quedó encandilado con la interpretación en versión original. Efectivamente, la interpretación está realizada de manera notable, el fallo puede encontrarse más en la manera de entender el guión. Sea como sea, este Drácula seduce, quizá solo al público más selecto, su verdadero objetivo.

Y frente al señorito Drácula nos topamos con su antítesis Van Helsing. Esta figura protagoniza uno de los giros más interesantes de la trama, ya que no nos encontramos al profesor Abraham Van Helsing. En este caso el mayor enemigo de Drácula será una erudita religiosa llamada Ágatha Van Helsing. La incrédula y desencantada hermana entra en una partida de ajedrez con Drácula por ver quién es más inteligente y quién conseguirá sobrevivir a su adversario. Una carrera que aviva el interés por la trama. Sin embargo, el personaje de Ágatha también peca de una estruendosa asincronía con el momento histórico. Una religiosa completamente libre de mostrar su falta de fe y con un atrevimiento y posición que sirve para meterse en el bolsillo al público feminista de 2020, pero no para quien busca que los personajes estén en concordancia con la sociedad de su época. Pasa lo mismo con las tramas LGTBI, que parecen desarrolladas con el mismo descaro del que hacen gala sus dos protagonistas. Los personajes de la católica Europa postmedieval nunca hubieran dado tantas pistas al resto sobre sus relaciones “pecaminosas”. Quizá ese sea el mayor pecado de Drácula, intentar satisfacer a un mercado que nada tienen que ver con la sociedad de la primera época reflejada.
Drácula hoy
Este Drácula consigue esquivar todas las estacas en su largo periplo y llega hasta nuestros días. El vampiro le hinca el diente a la actualidad reflejando un cierto grado de nihilismo en la juventud y nuestro modelo de sociedad. Pero el verdadero acierto es la trama por la que los enemigos de Drácula también consiguen sobrevivir de una u otra manera a través de los años. Un entramado transgeneracional que falla en la recepción de la criatura.

Volviendo a Drácula, este se adapta con unas capacidades camaleónicas a su nuevo entorno en el mundo moderno. Una etapa en la que, con un grado de acierto aceptable pero claramente incompleto a todas las cuestiones abiertas, se dará respuesta al por qué de las reglas de la criatura. Este Drácula tiene un grado de brillantez suficientemente correcto para que desoigan las advertencias e inviten a un vampiro a entrar a casa.