Había ganas por hincarle el diente a la nueva creación de Matt Groening, pero creo que había más de crucificarla. El propio título de la serie invita al chascarrillo, ciertamente, y en las últimas semanas hemos podido leer hasta la saciedad lo mucho que (Des)encanto ha desencantado a los seriéfilos de pro. Pues no afilen los cuchillos todavía porque a mí me ha gustado. Creo que ha tenido mucho que ver el hecho de que no haya buscado en ella más que unas pildorillas de entretenimiento ligero para acompañar las comidas y que no me haya dejado flipar por un par de tráilers y unas vallas publicitarias. Y es que algunos ya estamos mayores para la tontería del hype.
El principal problema de (Des)encanto es que resulta más entretenida que graciosa. Aquellos que añoréis los momentos más descacharrantes de Los Simpson podéis seguir recitando de memoria vuestros capítulos favoritos o subiros a la nave espacial de Rick y Morty. Esta no es la nueva serie de animación que hará que os partáis el ojete. Punto. Hay algunos chistes buenos, pero no recuerdo haber soltado más de tres o cuatro carcajadas a lo largo de los diez capítulos que dura esta primera temporada.
De hecho, la serie patina especialmente en sus primeros dos episodios, que es precisamente cuando más se esfuerza por resultar graciosa. No serán pocos los que decidan bajarse del barco después de ver esta colección de sketches forzados que parecen una versión medieval y deslucida de Futurama. Vale la pena insistir. Tras presentar a los personajes y hacer al espectador cómplice de sus dinámicas, la cosa va ganando interés hasta encadenar una recta final bastante notable.
(Des)encanto funciona mejor cuando se quita el corsé de los chistes tontos y se decide a cargar con un mayor peso narrativo. Uno de los motivos es lo fácil que resulta simpatizar con la princesa Bean, un perfecto estereotipo feminista de dama medieval oprimida por el patriarcado (representado aquí por su colérico padre, el rey Zøg) que solo quiere pasarlo bien sin dar cuentas a nadie. Esto es, emborracharse y tener sexo promiscuo, como cualquier mujer moderna un sábado por la noche. Tras unas primeras travesuras autoconclusivas en compañía de un demonio que intenta llevarla por el mal camino y un elfo inocentón al que le falta un hervor, dos personajillos que hacen las veces de ángel y diablo al hombro, la historia va cogiendo cuerpo y se encamina más hacia sus intentos de hacerse valer y encontrar su lugar en el Reino. Esto, junto al descubrimiento de los dramas personales que han hecho a los personajes como son, hace que la fórmula destape su potencial.
El otro gran motivo es que la afilada ironía de los guionistas y los caramelitos de humor negro funcionan mejor cuando aparecen de forma inesperada, pillando al espectador con la guardia baja, mientras el trío protagonista lucha por salir de algún follón. Es ahí cuando el ritmo gana enteros y, de paso, se luce su encantador apartado visual.
Se agradece también que se haya resistido a la tentación de intentar ganarse el aplauso bobo del frikerío jugando la carta de las parodias de Juego de Tronos, El Señor de los Anillos o la saga de Geralt de Rivia. Algunas referencias hay a los clásicos de la fantasía épica, claro que sí, y también algunos guiños autorreferenciales algo más escondidos, pero todo ello se ha introducido con bastante cuidado para no estomagar. Un poco de eso le habría venido bien a Spielberg con Ready Player One, ese bukkakke de cultura pop en toda la cara.
Mejor cuento de hadas de aventuras que comedia chorra, resulta una pena que esta primera temporada acabe justo cuando los guionistas empiezan a sentirse cómodos. Una sorpresiva escena postcréditos da por hecho que habrá segunda temporada. A pesar de las primeras reacciones negativas, espero que así sea y Netflix mantenga el voto de confianza en Matt Groening y su equipo. Con algo más de tiempo y confianza para desarrollar esa “gran trama” que se ha ido creando (muy poco a poco, todo sea dicho) a lo largo de este irregular debut, (Des)encanto acabará por encontrar su público. Pero, mal que le pese a los ejecutivos de la plataforma, ese público no serán los influencers relamidos de Twitter ni tampoco aquellos incapaces de asimilar que esto no es la nueva Futurama ni un retorno triunfal a la edad dorada de Los Simpson. Para esa gente ya están las reposiciones de Neox.