
De vez en cuando intento recordar cuándo fue la primera vez que lo flipé de niño y no termino de tenerlo del todo claro. Cuando trato de hacer ese ejercicio de memoria se me juntan en la cabeza imágenes desordenadas de Furia de Titanes, la batalla contra los caminantes imperiales AT-AT en El Imperio Contraataca y las inquietantes risas de esa corte de pesadilla que forman los skeksis de Cristal Oscuro. No sé cuál de las tres vino antes, pero sí puedo asegurar que la película de Jim Henson fue la cinta que más veces alquilé en el videoclub de mi barrio, hasta el punto de tener que cogerla de extranjis para que mi madre no me riñera por llevarme siempre la misma.
Me cuesta mucho describir con palabras el poder de fascinación que ejercía y sigue ejerciendo sobre mí la fantasía oscura diseñada por el prodigioso Brian Froud y llevada a la vida a través de las marionetas del estudio de Jim Henson. Para mí es algo íntimo que me despierta ese cosquilleo tan especial de los recuerdos sagrados de la infancia. Y ahora, unos 30 años después, me planto ante una improbable continuación en formato de precuela de diez episodios que parece más bien un regalo traído de un pasado alternativo en el que Cristal Oscuro fue un gran éxito comercial y Jim Henson vivió lo suficiente para seguir trabajando en el universo presentado en su obra maestra (me perdonen los fans de Dentro del laberinto, pero esto es así).
La propia existencia de esta serie es un pequeño milagro. El proyecto de darle continuidad a la película de 1982 lleva décadas dando tumbos por los despachos con tan poca fortuna que parecía que tendríamos que conformarnos con un puñado de cómics que han ido saliendo en los últimos años. Finalmente, contra todo pronóstico, Netflix se decidió a dar uno de esos saltos mortales que hace de vez en cuando, cuando la plataforma no está ocupada estudiando qué series cancelar.
Por encima de sus méritos propios (que los tiene), el principal valor de La era de la resistencia es la devoción, no ya respeto, que muestra hacia la obra original. Desde el diseño de producción hasta el modelado final de las marionetas, la serie consigue hacernos creer que los moñecos de Henson siguieron en activo hasta nuestros días como si nada hubiera pasado. De forma muy acertada, se ha evitado la tentación de implementar técnicas de animación modernas y todo despide ese regusto artesanal que tan bien le sienta al feérico mundo de Thra. No podía ser de otra manera.
Tampoco estamos hablando de un ejercicio de nostalgia vacío. Tanto las marionetas como los escenarios se benefician de las ventajas que ofrecen los materiales disponibles en la actualidad y, sobre todo, de un presupuesto mucho más holgado que incluso se permite algunos efectos digitales para realzar con muy buen gusto lo que se ve en pantalla. El resultado es un prodigio visual que eleva lo visto en Cristal Oscuro a nuevos niveles impensables en su día.

Otro acierto derivado del mayor despliegue de medios es un mayor número de escenas de acción. Aunque los enamorados de la película original hemos llegado a apreciar su ritmo lento, embelesados por sus virtudes artísticas, hay que reconocer que su parsimonia narrativa la convierte en una recomendación difícil para los espectadores menos pacientes. La era de la resistencia mantiene en buena parte ese gusto por lo contemplativo, pero sorprende con algunas escenas de acción muy bien resueltas que uno no esperaría ver en un teatrillo de títeres.
El cambio de formato también ha obligado a hacer una exhaustiva ampliación del universo que Jim Henson apenas tuvo tiempo de esbozar en la cinta original. La era de la resistencia no es una película de 9 horas, sino una narración seriada que se permite el lujo de desarrollar mejor algunas ideas ya conocidas e introducir otras nuevas, como la existencia de siete clanes gelfling completamente diferenciados, con sus propias costumbres y jerarquías.
Habrá quien considere que esta expansión del mundo de Cristal Oscuro es farragosa e incluso innecesaria. Yo creo que es una de las claves de por qué la serie funciona tan bien. Este aumento de la escala no solo le da una mayor entidad a las criaturas que habitan las tierras de Thra y abre perspectivas de continuidad de cara a una ya intuida segunda temporada, también deja espacio para realizar un discurso más profundo. Y es que la serie no se conforma con ser una epopeya de aventuras llena de magia, también aborda con mordacidad algunos temas contemporáneos que nos resultan incómodamente familiares, como el racismo o la corrupción política.

Cristal Oscuro: La era de la resistencia es un triunfo absoluto a todos los niveles. Funciona como carta de amor hacia la obra de Jim Henson. Demuestra que proyectos tan excéntricos como una serie de marionetas dirigida al público adulto (aunque disfrutable a todas las edades) puede ser perfectamente viable en 2019. También es una digna sucesora, o mejor dicho predecesora, de la narración original. Como apuesta a largo plazo consigue establecer unas bases más sólidas sobre las cuales contar más historias. Por último, plantea en clave de fábula una lúcida reflexión sobre cómo los ciudadanos nos dedicarnos a discutir entre nosotros por cualquier pamplina mientras los políticos nos mean en la cara con total impunidad.
Hasta el título de la serie es acertado. Esta audaz resurrección de Cristal Oscuro forma parte de esa pequeña resistencia irreductible que, frente a producciones formulaicas y apuestas sobre seguro, sorprende al espectador por su creatividad y esmero. Larga vida a la resistencia.
