
Si Chernobyl se ha convertido en una de las series de este verano que ya nos deja es por un tratamiento veraz de la dimensión de la tragedia y la gestión de la misma. Los creadores no han escatimado en mostrar la crudeza de las secuelas sufridas por trabajadores de la central nuclear Vladímir Ilich Lenin de Chernóbil. Tampoco han dudado en mostrarnos cómo el régimen comunista de la Unión Soviética mentía a su población y al mundo entero sobre la dimensión de la catástrofe. Antes incluso de ello, se resistían a aceptar la proporción de la tragedia por puro desconocimiento y la confianza en el buen trabajo realizado por todo el sistema. Chernóbil suponía antes de la tragedia un ejemplo de capacidad creadora del entramado de países soviéticos en plena guerra fría. Un escaparate al mundo que mostraba el poderío de la URSS.
Pero la explosión del ya tristemente célebre reactor número 4 resultó un punto de inflexión en la historia mundial. Pese al empeño de los líderes políticos, la URSS mostró al mundo y también a sus propios ciudadanos sus debilidades. Un país en paz sufrió las consecuencias de alimentar al “Átomo pacífico” para ganar la Guerra Fría. El material radiactivo liberado fue 500 veces mayor al de la bomba de Hiroshima.
Héroes de uno y otro bando

En la serie hemos podido “disfrutar” de un tratamiento adulto de los hechos, algo que como espectador se agradece. Trabajadores de la central que no estaban suficientemente formados, políticos corruptos ansiosos de poder y completamente deshumanizados, una sociedad inconsciente y completamente ignorante del peligro que corre, trabajadores engañados en las tareas de extinción, una dictadura que utiliza hasta métodos mafiosos con tal de conservar el poder en el panorama global… Un tratamiento que muchos reducen a un interés propagandista estadounidense en dejar mal intencionadamente a los comunistas, o a los rusos, o a ambos. Algo que hubiera podido tener alguna utilidad hace unos 20 o 30 años. Sin embargo a nadie se le escapa que existe una mayor libertad creativa para desacreditar y criticar abiertamente al que una vez fue enemigo político (ahora ya quién sabe) que al propio gobierno o país.

Muchos han comparado la crudeza y la feroz (y necesaria) crítica de Chernobyl hacia los que gestionaron de manera torpe una catástrofe, con el aire de heroísmo y glamour que envuelve a los protagonistas de Pearl Harbour, que provocaron intencionadamente una catástrofe de proporciones equiparables (justificada por un primer ataque nipón). No creo que la gestión de esta crisis fuera mucho más apropiada que la que refleja la ficción. Situándonos hace 30 años, con la capacidad de controlar la información en un sistema totalitario y el poder de los medios de comunicación de la época. No hay más que ver cómo se gestionaron muchos años después incluso en democracia crisis como la del Prestige en España o los incendios de la Amazonia en Brasil.
Sin embargo Chernobyl también es justa con esos héroes anónimos que ayudaron a sus seres queridos sabiendo a lo que se exponían, trabajadores que dedicaron su vida a los afectados por la radiación y científicos que no dieron su brazo a torcer ante el sistema y pusieron a la población por encima del interés del Partido Comunista.

Prípiat, la ciudad olvidada
La construcción de este núcleo urbano comenzó en 1970 con el único fin de dar cobijo a los trabajadores de la central nuclear. Por historia, todo el mundo conocía a la central por el nombre de Chernóbil, pese a que Prípiat era la ciudad más cercana situádose a unos 3 km de la central (Chernóbil se encuentra a unos 20). Prípiat nació como una ciudad modelo en la que el régimen comunista concentraba sus intentos por modernizarse, dar una respuesta global a trabajadores jóvenes, crear una sociedad del bienestar y, en definitiva, demostrarse a sí misma y al resto del mundo que su sistema era el acertado.
Tomando el nombre del río, la ciudad llegó a albergar en su corta vida a 40.000 personas. Una ciudad que en el imaginario colectivo ha caído en el olvido en favor del nombre de Chernóbil, el cual todo el mundo conoce. La ficción de HBO rescata este nombre del olvido. Algo que no es un tema baladí, ya que recupera el entorno, la memoria de sus habitantes y las historias de horror y sufrimiento de aquellas personas. Un discreto homenaje que hace justicia a lo que pasó en la central nuclear de Prípiat, en la ciudad y en su entorno natural. Incluso los animales del bosque tuvieron que ser sacrificados para no portar con ellos la radiación y afectar a otros ecosistemas.
Hoy en día una naturaleza terriblemente alterada por la radiación es la única que moldea a sus anchas la ciudad abandonada de Prípiat. Manadas de lobos y jabalíes campan a sus anchas por la que una vez fue el modelo de ciudad soñado por el régimen comunista. Incluso, pese a las advertencias algunos humanos se adentran en la ciudad e incluso algunos se establecen allí. La serie sabe dotar a varias escenas de unos tintes apocalípticos que resultan claramente apropiados para una de las mayores catástrofes que se han visto en este planeta.
Los expertos estiman que Prípiat no volverá a ser habitable hasta dentro de varios siglos.