Oh Dae-su (Choi Min-sik), un hombre corriente, es secuestrado y encarcelado en una habitación durante 15 años, sin que él sepa la identidad de sus captores y las causas de su cautiverio. Pasado este tiempo es liberado por su captor, quien le da cinco días para que adivine su identidad.
Después de ver este pedazo de película en Sitges, un compañero me decía aquello de “hay que ser gilipollas para que no te guste”. Por supuesto, esta es una afirmación más que cierta, pero también hay que tener en cuenta que un ejército de gilipollas (también conocidos como “modernos”, “fashion” o “jóvenes de inquietudes y proyectos artísticos”) alabarán sus excelencias más por pose que por verdadera comprensión de lo que supone esta intensa explosión de pasiones violentas, enfermizas y casi animales.
Como ya sucedió con Kill Bill, esa pandilla de personajes pagados de sí mismos se entusiasmarán con la estética de la violencia, sin que sus felices corazones lleguen a identificarse con una historia de venganza descarnada imposible de entender para aquellas personas que nunca han experimentado en sus huesos el ardiente hielo del rencor.
Es Oldboy una historia de mal rollo y amor erróneo, un drama intimista de acción y suspense, la adaptación ocasionalmente ultraviolenta de un manga y una de las películas más brillantes en lo formal vistas en los últimos años. Esta extraña pero homogénea mezcolanza de géneros, intenciones y logros es el pan de cada día dentro de la filmografía surcoreana, y en especial del director Park Chan-wook, uno de esos pocos realizadores que poseen el verdadero talento del cineasta, que es borrar la línea que separa el cine-espectáculo del cine de autor.
Desde el comienzo de su carrera como director y guionista, hace sólo seis años, Park Chan-wook ha demostrado un impresionante dominio de la puesta de escena que poco tiene que envidiar a otros chicos listos del cine contemporáneo como M. Night Shyamalan o David Fincher. Sus últimas obras, Sympathy for Mr. Vengeance o el segmento Cut del film de episodios Three… Extremes, sumadas a esta arrebatada Oldboy denotan una clara afición del autor por el siempre agradecido, narrativamente hablando, tema de la venganza, esta vez a dos bandas, tanto por el “malo” como por el protagonista. Choi Min-sik se deja el pellejo dando vida a este hombre común transformado en animal, un ser que se mueve por impulsos y que obliga al actor a hacer cosas tan extremas como devorar un pulpo vivo, superando anteriores arrebatos interpretativos de gente como Nicolas Cage (aunque sin llegar a los extremos de Divine).
Pese a lo que pueda parecer, Oldboy no es solamente una película violenta, de hecho el perturbado romanticismo del film se alza por encima de los momentos de mero impacto “físico”, convirtiendo lo que podía haber sido un mero viaje a la tierra de los hematomas en una experiencia cinematográfica dominada por una bella tristeza, donde el verdadero daño no se inflinge con los puños o el martillo, sino a base de escopetazos sentimentales que destruyen el corazón y las mentes mejor que cualquier arma artificial.
Si tienen el mínimo interés de conocer cual es el cine importante que se hace hoy en día, mejor olvídense de este lamentable mamoneo de nominados a Goyas y Oscares (como diría Tyler Durden “sacando brillo a la porcelana del Titanic”) y acudan prestos al estreno en salas españolas (¡qué bien suena eso!) de una película que sólo deja indiferente a los muertos.