
Nos contaba una profesora de Psicología hace algunos años que todos los individuos necesitamos un espacio para nosotros mismos. Un espacio que no compartamos con nadie, ni siquiera con la persona con la que compartimos nuestra existencia. Una libertad personal que sirve de refugio para el individuo y como respiro de la vida en pareja. A su vez, el ser humano es un ser social, por lo que no debe limitar en exceso sus relaciones interpersonales, ya que todas enriquecen a la persona y puede que también a sus otras relaciones.
El repostero de Berlín nos lleva a un espacio en el que estas combinaciones fallan. Thomas es repostero en Berlín y entabla una relación con Oren, un ingeniero israelí que trabaja entre Jerusalén y la capital alemana. Oren es padre de familia en Jerusalén y un desenfadado Rodríguez en Berlín. La aventura del repostero y el ingeniero se trunca de manera trágica cuando Oren fallece en un accidente de tráfico en Jerusalén. Esto supone el punto de partida en el que Thomas cruzará una línea roja tras otra en una espiral obsesiva que lo sumergirá en el mundo de su amante.
Pérdida de identidad
El no tener más relaciones sociales o familiares, no guardar ese espacio personal del que hablaba la profesora y entregar toda tu existencia a una sola persona creará en Thomas una personalidad deficitaria y enfermiza que le llevará a creer conocer mejor al hombre que amó. Una psicosis que acabará contagiando a otras personas en una historia centrada en las distintas formas de vivir el duelo y la vida.

Una dependencia de la persona fallecida que ya pudimos ver en Ahora mismo vuelvo, segundo capítulo de la segunda temporada de la inquietante Black Mirror y que en El repostero de Berlín se expresa en una forma más contemporánea. El no tener una vida real y propia o compartida más allá de la relación con una persona desmontará el mundo de Thomas y de los que le rodean.

Algo que, sin embargo, no se corresponde con la vida del fallecido, ya que vive las relaciones de una manera muy distinta en la que focalizar la importancia de los hechos resulta más complicado.
Una película Kosher (o no)
El repostero de Berlín es también una historia que utiliza la gastronomía como punto de partida para contarnos una historia. Un ejemplo muy similar es el de Un toque de canela (Grecia, 2003), ya que también introduce la temática LGTB, pero existen muchas películas más con la comida como hilo conductor hasta llegar a ejemplos tan famosos y aparentemente simbólicos como Ratatouille.

En El repostero de Berlin la comida supone un elemento que modifica la vida de las personas. Una gastronomía que se rige por las severas normas del método religioso judío Kosher (“apropiado”) y que poco a poco va adaptándose hasta envalentonarse y romper con lo establecido. Una apertura paulatina a nuevas formas de cocinar y que son bien acogidas por el resto del público mientras los fundamentalistas del “método” le dan la espalda. Una inteligente metáfora de a dónde quieren llevarnos ciertos “metodistas” y todo lo que podemos perdernos en caso de no atrevernos a probar sabores nuevos.
Un dulce amargo

La película de la XIV Muestra de Cine LGTBI organizada por el Colectivo No te prives y la Filmoteca Regional nos presenta un drama de nombre dulce que sugiere un empacho de azúcar. Nada más lejos de la realidad. Este dulce acaba tratando un tema muy amargo, tanto que el balance final de la película se contabiliza por el número de afectados que deja y en qué grado estas personas son perjudicadas.
Una buena historia cuya resolución carece de ritmo y matices. Como si esta pieza de repostería con ingredientes de calidad no estuviera mal de sabor pero cuya cocción hace que sea difícil acabarla sin atragantarse o dejarla a medio.
El tráiler puede contener (demasiados) spoilers:
La XIV Muestra de Cine LGTBI de Murcia (2019), organizada por el Colectivo LGTBI de la Región de Murcia No te prives y la Filmoteca Regional Francisco Rabal nos ofrece otros títulos de los que ya hemos hablado en Monja Món al estar nominados para los Goya y los Oscar. Pincha en cada título para leer la crítica: Carmen y Lola, La Favorita y Bohemian Rhapsody.