Una princesa aliada de los rebeldes huye con un objeto de vital importancia para la destrucción del Imperio. Antes de que la hagan presa, envía lejos su preciada posesión, que cae en manos de un joven granjero que vive con su tío. Cuando el Imperio averigua lo que ha pasado, arrasa la granja y asesina a su tío. El joven escapa acompañado de un antiguo guerrero-mago de los que defendían el régimen anterior al Imperio, quien le enseñará lo necesario para que él se convierta en uno. Juntos emprenderán un viaje para rescatar a la princesa y a unirse a los otros rebeldes.
Y no, Greedo nunca disparó primero a Han Solo, por mucho que ahora nos quieran convencer de ello. El cazarrecompensas verde no aparece en esta película, pero sí la dragona azul Saphira que coprotagoniza los exitoso libros del pipiolo Christopher Paolini, remakes de la trilogía clásica de Star Wars pero en clave Dungeons & Dragons. El chaval escribió la primera novela a los quince años, y a púberes va destinada, aunque siempre quedamos personas que doblamos esa edad pero que somos tan inmaduros como para leernos Eragon y incluso su continuación Eldest. A ojos de un viejales como el menda no es más que literatura formularia e ingenua, pero aún así se leen con fluidez y sin dormir. Lo que se dice auténtica literatura-pasatiempo de transporte público.
Tanto por el éxito de ventas como por la naturaleza casi cinematográfica del texto, la adaptación era inevitable. Con la trilogía de Jackson-Tolkien aún retumbando en las taquillas, Harry Potter dando caña y tras el éxito de la primera película sobre Narnia, era de esperar que Hollywood se lanzara a por la creación de Paolini, lo que no podíamos sospechar es que desaprovecharan de tal manera una historia que en papel no es gran cosa, pero que en celuloide podría haber deparado un puñado momentos vibrantes, o al menos diversión sin complejos.
Eragon es, ante todo, un film aburrido. La culpa de esto no es tanto de un presupuesto que se antoja inferior a lo que necesitaba esta aventura épica, sino de una narración torpe en la que se repiten hasta la saciedad las mismas conversaciones explicativas sobre quién es el malo y por qué el héroe es tan importante. Estas inanes secuencias “aburreniños” se alternan con cabalgadas por bellísimos paisajes mientras una melodía machacona intenta convencernos de que lo que estamos viendo está lleno de emoción (como cuando Danny Elfman echaba los restos mientras lo único que veíamos era un plano fijo de unos pingüinos caminando por un decorado). Ni el director ni el reparto (atención al papelazo de Malkovich, tan complejo como el de la Rita Repulsa de los Power Rangers, por no hablar del lamentable protagonista) muestran excesiva pasión por el proyecto, dando al espectador la sensación de estar viendo uno de esos telefilmes de temática épico-fantástica que se emiten los días festivos, aunque la verdad que la mayoría son más entretenidos y vistosos que Eragon.
Los momentos de acción están muy limitados por la total ausencia de violencia, elemento de vital importancia en el éxito de este tipo de historias, ya que a los chavales treceañeros la visión de un dragón destrozando a sus enemigos es poco más o menos que el nirvana. Lo que ocurre es que los productores han querido hacerse con el público más infantil, lo cual quizá no ha sido una idea especialmente brillante. Por lo que pudimos apreciar en la proyección, los críos se volvieron locos con la dragona-bebé, pero en cuanto creció no escuchamos ningún tipo de comentario, risa o expresión de sentimientos. Pero mejor es no hacerme mucho caso, que ya predije equivocadamente que Las Crónicas de Narnia no gustarían a la alegre muchachada.
Eso sí, los chavales fans de la trilogía de El Legado corren el riesgo de arder en llamas por la indignación al comprobar cómo la adaptación se saca de la manga alguna que otra tontería de invención propia y se libra de los elementos más interesantes de la novela: no hay Hombre-Gato (el mejor personaje, sin duda), no hay bebé maldito por un terrible error del héroe, los úrgalos pasan de ser monstruos cornudos a señores pintados, no hay enanos, no hay… nada. Ni siquiera los personajes principales están bien detallados, y todo porque la única preocupación de los responsables del filme ha sido crear una dragona bastante aceptable visualmente, cosa que no podemos decir del resto de los efectos digitales y mucho menos del resto del film.