
Black Mirror rompe momentáneamente su hiato para sorprender a sus seguidores con un capítulo especial en forma de película interactiva. Este formato no es una novedad para Netflix, puesto que la cadena de streaming ya ha jugueteado con él a través de algunas producciones infantiles, pero sí supone su primera apuesta en firme por introducir al espectador de forma activa en sus contenidos. Una decisión que tiene aún más sentido al llegar enmarcada dentro de la antología de distopías tecnológicas de Black Mirror porque “madre mía, ande vamos a llegar con las maquinitas”.
Bandersnatch funciona de forma parecida a uno de esos libros de “elige tu propia aventura”. En determinados momentos la acción se detiene y se le pide al espectador que use el mando a distancia para elegir una de las opciones que se muestran en pantalla. Al principio las decisiones son nimias, como qué sabor de cereales debe tomar el protagonista para desayunar o qué cinta va a escuchar en su Walkman, pero poco a poco van escalando hasta que se convierten en cosa de vida o muerte. Por supuesto, tratándose de Black Mirror podéis esperar una buena colección de muertes ridículas, idas de olla y algunos huevos de Pascua llenos de humor negro (mi favorito, una divertidísima y autorreferencial rotura de la cuarta pared en uno de los finales posibles).
Si Bandersnatch funciona más allá del gimmick es porque ha moldeado su guion en torno a su diseño. La película cuenta la historia de un chaval que busca financiación para desarrollar un videojuego. Uno de sus puntos más interesantes es que está ambientada en los 80 y retrata a grandes rasgos el mundo de los desarrolladores para ordenadores de 8 bits. Algunos de ellos eran jóvenes genios de la informática que trabajaban en solitario, asumiendo prácticamente en solitario el desafío creativo y técnico de plasmar su visión en plataformas muy limitadas. Aunque los retrata como a unos frikis, la película no pasa por alto el punto romántico que tenía este mundillo, muy diferente de las superproducciones actuales, una manera de trabajar más autoral y artesanal que en los últimos años están recuperando los pequeños estudios independientes (aunque se ha quedado algo desfasado, el documental Indie Game: The Movie sigue siendo una excelente carta de presentación de este fenómeno).
Pero claro, la película no va sobre el desarrollo de videojuegos para Commodore y Amstrad, así que no tardan en aparecer diversos traumas y conflictos familiares que retuercen la narración para convertirla en una versión pesadillesca de Atrapado en el tiempo, con sucesos que se repiten, pantallas de game over y callejones sin salida que obligan a “reintentar”. De forma bastante inteligente, Bandersnatch toma prestados algunos códigos narrativos de los videojuegos y los aplica a un medio tradicionalmente no interactivo para reflexionar sobre la incapacidad del protagonista para tomar decisiones (porque, je, no las toma él sino el espectador).

No entraré en mayores detalles porque la gracia de la película es desmenuzarla uno mismo. Bandersnatch invita al espectador-jugador a explorar su historia múltiples veces para desentrañar los distintos finales y tomas falsas que esconde, y probablemente sea ese, una vez superado el factor sorpresa, su mayor acierto.
Menos interesante resulta la producción como parte del universo Black Mirror. Aunque la historia la ha firmado Charlie Brooker, pronto queda claro que Bandersnatch está bastante lejos del impacto o la originalidad de las ideas propuestas en los capítulos tradicionales de la serie. Esta entrega especial se agradece y resulta refrescante por su formato, pero no dejar de ser un aperitivo que ni por asomo consigue saciar las ansias de una quinta temporada de Black Mirror, todavía sin fecha.
Curiosamente, a pesar de haber resultado un experimento bastante descafeinado, la propuesta de Netflix ha conseguido desatar cierta polémica entre el sector de los pollaviejas, que han acudido ofendidísimos a sus muros de Twitter para verter ríos de hilarante resquemor. Por su formato, Bandersnatch ha puesto en pie de guerra a los seriéfilos defensores de la televisión lineal de toda la vida. Por su contenido, ha cabreado a los gamers que han entendido su trama como un insulto hacia los videojuegos y, de regalo, la han acusado de “adueñarse” de la interactividad propia del medio (aunque, para ser honestos, la película es más interactiva y rejugable que algunos juegos de Telltale Games). Una situación bastante esperpéntica que ha servido, al menos, para confirmar que Black Mirror sigue generando controversia incluso cuando ni siquiera lo intenta.
