No han sido las proyectadas por los intimidantes nubarrones, sino las de los ocho carteles anteriores, las alargadas sombras que dejan un sabor agridulce al abandonar La Fica por noveno año consecutivo. La tormenta no pasó de amenaza, pero algo parecido sucedió sobre unos escenarios que siguen buscando su identidad después de casi una década.
Sirva de ejemplo la muy cuestionable decisión de ubicar a Corizonas el viernes a las 17:30. El supergrupo que aglutina a componentes de Los Coronas y Arizona Baby es de los que ponen a bailar a los muertos y Javier Vielba volvió a demostrar por qué es uno de los mejores frontmans de España, todo un derroche de carisma y energía que supone un comodín de “éxito asegurado” para cualquier festival. Y, como en el poker, ningún comodín debe ser desperdiciado a la ligera. Dios no siempre ayuda al que madruga, pero en esta ocasión los primeros asistentes se llevaron para el cuerpo uno de los mejores conciertos de la edición.
Spring King hizo lo que pudo para mantener el subidón con su punk enérgico y un pelín insustancial. Una buena propuesta para pasar el rato hasta la llegada de Mew, y no me refiero al Pokémon sino a la gélida banda danesa que se habría beneficiado de la franja nocturna. Jonas Bjerre, con una voz tan angelical como su aspecto, erizó muchos pelos con la sensacional ‘Satellites‘, haciendo gala de una perfección insultante. Su pop emocional se disfruta más en pequeñas dosis y resultó difícil contener los bostezos en la recta final, a pesar de los intentos de Don Limpio de elevar el volumen colgándose una segunda guitarra. Ni siquiera entonces tuvo la decencia, este impecable querubín, de mancharse un poco la camiseta.
La intensidad que le faltó a Mew, y otro tanto para regalar, la derrochó Toundra. No es casual que este cuarteto madrileño haya sido el escogido para telonear a Alcest en su reciente visita a España, su postrock instrumental con ramalazos de metal es pura dinamita y consiguió algo inaudito: ver en el festival camisetas de Iron Maiden y Megadeth. Recuerden su nombre: Toundra. Darán que hablar.
Nuevo desatino en los horarios a las 21:30, momento en el que hubo que pagar un alto peaje (pasar de Manic Street Preachers) a cambio de descubrir una de las revelaciones del festival: Nightcrawler. Este proyecto abanderado nacional del movimiento retrowave no acaparará titulares, pero ofreció la rara oportunidad de entrar en contacto con esta peculiar escena de la electrónica que se regodea en la estética y el sonido del cine de serie B de finales de los 70 y principios de los 80. Habría que hablar más de montaje multimedia con proyecciones que de concierto propiamente dicho, ya que la imagen de dos señores trabajando delante de un ordenador en principio no es lo más emocionante del mundo, pero en cualquier caso su propuesta resultó refrescante y muy adictiva. Se notó en su público, que como en el milagro de los panes y los peces se fue multiplicando conforme avanzaba un setlist que tuvo como punto álgido una versión del tema principal de la película ‘Phantasma’. ¿Perturbator o Carpenter Brut en el SOS 4.8 del año que viene? Después de Nightcrawler, lo veo.
Aún sobró tiempo para ver la última media hora de los Manics, tan intachable y disfrutable como poco sorprendente. Entran rápido, pero se olvidan igual de rápido. Lo que viene a ser el britpop, vamos.
La programación de un sábado algo más descafeinado resultó inversamente proporcional a la afluencia de público, notablemente más numeroso que el día anterior. Nuevo caso de solapamiento con Nueva Vulcano, solvente pop a la española, y Amaral.
Resultó interesante ver cómo el dúo zaragozano consiguió, a base de profesionalidad y una puesta en escena espectacular, acallaba las críticas de aquellos que no terminaban de verles en un festival pretendidamente indie. No faltaron edulcorados clásicos como ‘Sin ti no soy nada’, pero fueron las canciones de su nuevo álbum ‘Nocturnal’ las que mejor sonaron, más maduras y con una clara intención de llegar a un nuevo público. Pues sí, Amaral en el SOS 4.8. Y muy bien, además.
Con la tranquilidad que da jugar en casa, Second se examinó como el chaval que se ha estudiado la lección y sabe de antemano que va a aprobar. Los murcianos demostraron que lo de banda revelación ya les queda lejos, y durante una hora mostraron su mejor cara, la que dan las tablas y las primeras arrugas.
A pesar de ser la segunda visita de Pete Doherty al festival, anteriormente al frente de Babyshambles, la expectación en torno al concierto de The Libertines fue máxima. El grupo siempre será más conocido por la infamia que arrastra su polémico líder que por sus canciones, pero su enérgico arranque permitió esperar una buena sesión de rock tontorrón y sin complicaciones. No fue así. Como un helado bajo el sol murciano, su puesta en escena se fue derritiendo rápidamente hasta dejar tan solo el palo: rock blandenque, ejecutado con desgana y sin talento. Algo imposible de defender por mucho que se intente vender con un envoltorio de rebeldía punk. Sobre las voces desafinadas y los cuatro acordes de sus compañeros destacó la labor de Gary Powell, un titán de ébano que aporreó la batería con una pasión y una garra ausentes en sus compañeros. El único que se ganó el sueldo.
Más preocupados por hacer el bufón que por ofrecer buena música, Doherty y Carl Barât protagonizaron el momento más bochornoso del festival enganchándose al piano después incluso de haberse despedido y de un toque de atención por exceder su tiempo, con la evidente intención de forzar a la dirección a obligarles a abandonar el escenario. Como era de esperar, hubo que cortarles el sonido y acto seguido montaron un ensayadísimo numerito de rockeros furiosos, pateando el piano y lanzando una silla por los aires. Uy, The Libertines, ¡qué polémicos sois! No hace falta que volváis.