
Por recomendación insistente de varias personas he entrado (tarde, pero con gran entusiasmo) en el mundo delirante de Santiago Lorenzo, un tipo francamente extraño que decidió aparcar su carrera de guionista, cansado de los dolores de cabeza que implica llevar una película para adelante, para dar vía libre a través de la letra impresa a su talento natural para la tragicomedia. Desde entonces ha publicado con éxito cuatro novelas que lo han encumbrado en menos de una década a lo más alto de las letras hispanas contemporáneas.
Mucho se está hablando, especialmente, sobre su último título. Los asquerosos es una obra fascinante en fondo y forma. Lo primero, por sus brillantes retratos psicológicos y las feroces dentalladas que asesta a los ejemplares más cutres de este circo de lo grotesco que es España. Los asquerosos, vaya, esos individuos anodinos e insustanciales que si mañana se murieran todos de golpe no se perdería gran cosa.

En cuanto al estilo de Lorenzo, qué decir. El condenado escribe tan bien que resulta imposible no soltar un “qué cabrón” cada pocas páginas. Aficionado a rescatar del destierro toda clase de palabros perdidos, resulta portentoso cómo su prosa consigue hilar frases de tan florida y suculenta factura sin resultar cargante en ningún momento. No se engañen, Santiago Lorenzo no es ningún pedante, es un apasionado de las palabras que se entrega con glotonería a ellas como un cerdo se revuelca en el fango.
Resulta muy llamativo cómo, a nivel temático, lo último de su producción, Los asquerosos, resulta una suerte de reverso de Los millones, su debut como novelista en 2010. Son dos lecturas hermanas que se disfrutan mejor juntas, porque dialogan entre sí a través de matices que se complementan.

Los millones cuenta las miserias de un militante del GRAPO que se ve forzado a vivir en la clandestinidad. Intenta adaptarse a su vida austera y a su anonimato impuesto, pero en su interior anhela el contacto humano y poder disfrutar de unos dispendios mayores que un refresco y una bolsa de patatas fritas los domingos. El destino hace gala de su retorcido sentido del humor cuando un día, de forma fortuita, juega a La Primitiva y le tocan unos 200 millones de pesetas. Un dinero que no puede cobrar porque está buscado por la justicia y no tiene DNI.
Igual de desarraigado es el protagonista de Los asquerosos, un sosainas sin amigos ni amores que no termina de encontrar su lugar en Madrid. Un día, volviendo de comprar una boquilla para hacer churros caseros, se encuentra en medio de una manifestación y un antidisturbios con ganas de repartir leña lo arrincona en el portal de su casa. Aterrorizado, echa mano de un destornillador que llevaba encima para defenderse, con la mala suerte de clavárselo a la vista de una cámara de seguridad. Tras darlo por muerto y verse en el punto de mira de la Justicia, se monta en el coche y se exilia a un pueblo deshabitado donde por primera vez descubre la soledad absoluta. Él la abraza extasiado y se convierte en un Robinson Crusoe rural encantado con su nueva condición de ermitaño.
Los personajes de Santiago Lorenzo, uno sufridor de un aislamiento que no ha buscado y el otro un desterrado por accidente que encuentra su razón de ser en el vacío, premiado uno con un suministro de dinero casi ilimitado y de tiempo libre el otro, son dos caras de la misma moneda, la de un mundo aburrido, poblado por estereotipos vivientes que reducen la convivencia humana a una coexistencia banal que aguantamos porque no nos queda más remedio. Ambientada una en un Madrid demasiado lleno y la otra en la España vacía, Los millones y Los asquerosos son dos novelas imprescindibles que diseccionan como ninguna, cada una a su manera, toda esa cochambre humana que provoca que algunos días cueste tanto encontrar motivos para levantarse de la cama.