
Hay una serie de películas que intento ver una vez al año. No importa cuántas veces las vea, siempre las disfruto como un enano e incluso a veces descubro pequeños detalles que había pasado por alto. Una de ellas es Starship Troopers. No se gasta, la jodida. Al contrario, este loco mundo se empeña en hacer que su brillante sátira del imperialismo belicoso y la manipulación de masas siga más en boga que nunca. No puedo decir lo mismo de Tropas del espacio, la fascistoide novela de Robert A. Heinlein en la que se inspira.
Llegué bastante tarde a la obra original, una ambigua exaltación del militarismo que no termina de dejar claro si va en serio, y me decepcionó su tono, que bien poco tiene que ver con el de la gloriosa cinta de Paul Verhoeven, así como su falta de desarrollo. Ha tenido que pasar bastante tiempo para que encuentre algo remotamente parecido a lo que esperaba encontrar en las páginas de Tropas del espacio. Se trata de La vieja guardia, el inicio de la hexalogía de las Fuerzas de Defensa Coloniales y también el comienzo de mi idilio con John Salzi, un tipo con un estilo franco y directo, pero de prosa sabrosa, que me hace verlo como una especie de Stephen King de la ciencia ficción.
La vieja guardia pinta un futuro relativamente normal en el planeta Tierra. No ha habido ningún cataclismo jodido y todo el mundo tiene unas vidas relativamente anodinas que se parecen bastante a las nuestras. La gente sigue enfermando y envejeciendo y, aunque ha aumentado la longevidad, hacerse viejo sigue siendo una putada. Por eso, cada año miles de ancianos se enrolan en las Fuerzas de Defensa Coloniales bajo la promesa de rejuvenecer a cambio de servir un mínimo de dos años en las guerras que enfrentan a los humanos contra otras civilizaciones alienígenas por el control de los últimos planetas deshabitados de la galaxia.

Cuando cumplen los 75 años, estos reclutas viejunos se embarcan en un viaje con un billete solo de ida. La mayoría de ellos morirán de formas horribles antes de cumplir los dos años de servicio mínimo, pero hasta entonces podrán experimentar de nuevo cómo es la vida en cuerpos jóvenes y sanos. Cuerpos tuneados, de hecho, manipulados genéticamente para superar las capacidades humanas.
La novela no solo se inspira descaradamente en la obra original de Heinlein y en su (superior) adaptación cinematográfica, sino que hace suyos los tópicos de la space opera de corte militar y las películas bélicas de reclutas, con tortuoso entrenamiento y sargento capullo incluidos. Como escritor que comenzó como bloguero y “negro” en America Online, John Scalzi bebe de la cultura pop y se enorgullece de ello. Pero además es un buen escritor y consigue superar el síndrome del batiburrillo de referencias para crear una historia apasionante que se lee como un tiro.
La gracia de La vieja guardia es que narra unas crudísima campañas militares en territorio alienígena desde el punto de vista de un señor mayor. A pesar de su cuerpo de supersoldado, el protagonista no deja de ser un anciano que, en el ocaso de sus días y ya sin ataduras que lo anclen al planeta Tierra, se pasa por el forro su ideología pacifista ante la remota esperanza de vivir una segunda vida. El personaje está marcado por una existencia llena de recuerdos y pérdidas, lo que abre la puerta a un buen número de reflexiones vitales interesantes e incluso algunos momentos de sorprendente lirismo. Esta dicotomía (imposible no acordarse de los sketches animados de Cabeza de viejo, cuerpo de joven) entre el vigor juvenil físico y la mentalidad de un vejestorio facilita también algunos momentos de agradecida comedia y, en general, aporta a la narración la frescura y el encanto para sostener con gracia, no solo esta deliciosa novela, sino también sus cinco exitosas secuelas. La vieja guardia es exactamente el tipo de libro que todo aficionado debería usar para engañar a un amigo o pareja que no haya tocado un libro de ciencia ficción ni con un palo.