
Vi Mulán por primera vez en el cine de verano cuando era niña. Fui porque quería ver la película que echaban en primer lugar pero sin duda la que más me impresionó fue la segunda: Mulán. Al principio, sus retazos de caligrafía china no terminaban de convencerme pero, conforme avanzaba, me gustó más y más hasta convertirse en una de mis películas favoritas.
Me gustaba tanto que mis padres decidieron regalármela en VHS. La veía en casa una y otra vez, como hacen todos los niños con las películas que les gustan. Un día la estaba viendo pero me sentía un poco triste. Mi hermano mayor, que andaba por el salón y se dio cuenta, me preguntó:
-¿Qué te pasa?
-Pues… Que me siento un poco mal por algo que pasa en el colegio –le contesté yo.
-¿Va todo bien?
-Sí, es solo que las demás chicas se están desarrollando físicamente más rápido que yo. Todas tienen ya pechos y a muchas ya les ha bajado la regla.
-¿No te das cuenta? Eres como Mulán.
Yo no entendía muy bien a qué se refería así que se lo pregunté. Mi madre, que observaba la escena a cierta distancia, dijo:
-¿Qué pasa? ¿Es por la forma de sus ojos? ¿Te piensas que es china?
A lo que mi hermano respondió rotundamente:
-No.
Yo seguía sin entenderlo así que él prosiguió su explicación:
-Es como una de las escenas del principio de la película, cuando están en el jardín.
Yo continuaba sin comprenderlo, de modo que mi hermano concluyó su explicación:
–Es como cuando Mulán está sentada con su padre en el jardín y le dice que contemple las flores que hay en el árbol. Hay una que es “tardía” pero “seguro que cuando haya crecido será bella, la más hermosa de todas”.