
Una vez tuve una crisis con una chica con la que creía estar saliendo. Sentía que la cosa no iba hacia ningún lado y, antes de tomar ninguna decisión, tuve la idea de exponerme a más mujeres para ver cuál era mi reacción. Ver si era capaz de mirar más allá. ¿Comprobar que había más peces en el mar serviría para decidirme a poner fin a algo que me estaba haciendo daño? Una persona normal se habría ido de cachondeo con los colegas para otear el horizonte. Pero yo no soy una persona normal, así que me instalé Tinder.
El primer contacto me confirmó lo que ya me temía. Me tenía cogido por las pelotas. Ninguna me parecía lo bastante guapa. Ninguna era lo bastante interesante. Seguí revisando perfiles de chicas espectaculares y ninguna me decía nada. “Pues al final va a ser verdad que no hay otra igual”, me dije. Ya tenía el veredicto y me disponía a borrar mi cuenta cuando de pronto me la encontré. Allí estaba, buscando cacho, y no era una cuenta antigua de la que se había olvidado. Todo lo contrario, aparecía en unas fotos de hace menos de un mes. Aquella historia no duró mucho más, claro. Sin embargo, la mía con las aplicaciones para ligar acababa de empezar. Una vez superado el duelo de rigor la curiosidad me hizo volver a ese loco mundo de los perfiles de desconocidos. No tanto con la esperanza de dar con nada, sino fascinado por un fenómeno que reduce a las personas a productos en un expositor y las presentaciones a calculadísimos ejercicios de marketing.
Después de alrededor de un año probando no solo Tinder sino también sus chunguísimos imitadores y de haber vivido algunas historias de terror espeluznantes, creo que estoy listo para exponer públicamente mis conclusiones sobre ese cenagal que son las aplicaciones para ligar. Las conocidas y las no tan conocidas. He dejado fuera plataformas como Meetic, Match o eDarling porque se asemejan más a una agencia matrimonial online que al pico y pala de toda la vida. Mi curiosidad investigadora tiene unos límites, así que también he descartado las orientadas al público homosexual (aunque me consta, por terceros, que funcionan). Dicho esto, armaos de paciencia y tomad aire antes de descender a las pestilentes profundidades del ligoteo online. Lo necesitaréis.

Tinder
Del mismo modo que la maquinaria insaciable de Disney consiguió que Star Wars dejara de molar, Tinder se ha convertido en una masa insaciable que no para de refinar sus sistemas con el objetivo de ganar ingentes cantidades de dinero. Y se conoce que les está funcionando. Es la aplicación más usada, la que más dinero genera y, por lo tanto, la más copiada. Su principal virtud se ha convertido en su mayor defecto: la usa todo el mundo. Y para que el negocio siga creciendo, sus responsables se han visto obligados a alcanzar tal nivel de sofisticación en su funcionamiento que cualquier semejanza con un encuentro espontáneo sea pura imaginación.
Las bases son aparentemente sencillas. Te registras, dices si te va la carne o el pescado, escribes una pequeña biografía simpática y usas una cuidada selección de fotografías para presentarte de la mejor manera posible. Ya estás en el mercado. Hecho esto, filtras por rango de edad y distancia geográfica máxima y, voilà, te empiezan a aparecer perfiles de desconocidas. Deslizas hacia la derecha si te gustan y a la izquierda si no te gustan. Descartar y ser descartado se convierte en una partida de cartas. Si crees que alguien puede ser el amor de tu vida le puedes mandar un super like, que es algo así como sacar una pancarta luminosa que diga “EH, HAZME CASITO, EXISTO”. Los super likes están limitados a uno al día, pero puedes pagar para comprar paquetes o multiplicarlos por cinco mediante una suscripción. Si ambas personas se gustan, la aplicación las empareja y se les activa la opción de chatear para conocerse.
Es una idea inteligente que en teoría debería servir para poner en contacto de forma anónima a personas que a priori jamás se habrían podido conocer en la vida real. El principal problema de Tinder es que los encuentros tienen muy poco de casuales, sino que responden a un complejo algoritmo que no persigue que conozcas a tu media naranja sino engancharte para que sigas siendo un usuario activo el mayor tiempo posible. Del mismo modo que Google cataloga las páginas web a través de un opaco sistema de pagerank en permanente revisión, Tinder clasifica a las personas a través de una puntuación de “deseabilidad”. Nadie sabe muy bien cómo funciona realmente ese sistema, pero en mi caso le ha dado por bombardearme con perfiles de chicas inalcanzables que no tienen nada que ver conmigo.
Soy un tipo normal, ni guapo ni demasiado horrible, sin embargo la aplicación insiste en mostrarme a estupendas que parecen salidas de una agencia de modelos en lugar de permitirme conocer a tías normales con las que pueda hablar de cosas. Me imagino que la idea detrás de estos “perfiles demasiado buenos para ser ciertos” es ponerme a mil para que no me despegue de Tinder y al final acabe pagando una nada asequible suscripción Gold (31 euros al mes, aunque te destacan la opción con descuento de seis meses por unos módicos 115 euros). Estas estrategias quizá funcionen con un Juan Lanas cualquiera, pero mi principal interés es conocer a gente agradable con interese comunes, sin más, no tirarle los tejos a una Scarlett Johansson, así que lo único que me genera es frustración. Para colmo, la aplicación dosifica los perfiles disponibles para asegurarse de que vuelvas cada día a por más, sin tener en cuenta probabilidades de compatibilidad ni si siguen siendo usuarios activos.
Por supuesto, durante el año y pico que llevo usando Tinder apenas he tenido la oportunidad de hablar con nadie porque las pocas chicas interesantes que he encontrado pasan de mí como de oler mierda. Gracias, pero para eso ya tengo el mundo real. Como toda red social masificada, Tinder se ha convertido en un baile de fin de curso donde todo el mundo es más guay que tú. Y, como en el baile de fin de curso, acabas sentado junto a la salida de emergencia, con los dedos amarillos de comer gusanitos y mirando al suelo con la mirada vidriosa mientras todos los demás bailan la danza del amor.
Por supuesto, la cosa cambia si eres un tipo al que le han tocado buenas cartas o una chica (muchos tarados deslizan a todo a la derecha y, después de producirse el match, ya calibran después sus oportunidades). En el caso de que seas un varón heterosexual del montón no importa lo culto que seas o los hermosos sentimientos que supure tu buen corazón, lo más probable es que te comas un mojón. La parte buena es que, salvo que estés demasiado desesperado o seas demasiado pro, es una aplicación que te lo ofrece todo gratis, así que no pierdes nada por probar. Pero no te preocupes si no suena la flauta. Recuerda que Tinder no quiere que te cases, solo ganar dinero a tu costa.
Bumble
Esta aplicación nació como una escisión de Tinder. Debido al ambiente sexista y tóxico en la empresa, un grupo de empleadas se largaron para hacer un Bender. O sea, montar su propio parque de atracciones, pero sin casino ni furcias. El funcionamiento es prácticamente idéntico e incluso sospecho que comparten algunas líneas de código fuente, porque varias veces me ha aparecido la misma persona el mismo día en ambas aplicaciones. La principal diferencia es que Bumble pretende crear un espacio donde las chicas se sientas más seguras, de modo que aunque se produzca un “emparejamiento” la conversación no puede comenzar hasta que ella de el primer paso.
La aplicación está desarrollada de forma bastante sólida y, al igual que Tinder, no es necesario pagar ni un céntimo para usar todas sus funciones. Pero, a diferencia de Tinder, Bumble no lo usa ni el Tato, por lo que el nivel de perfiles disponibles es reducidísimo. La mayoría de las pocas chicas que me han aparecido eran extranjeras de paso que ni siquiera hablaban mi idioma.
Tan solo una vez tuve ahí un match con una chica aparentemente española (aunque con pinta de guiri). Me preguntó qué tal, le respondí que muy bien y ya nunca más volvimos a hablar. Han pasado tres meses desde entonces y hace días que la aplicación ha dejado de mostrarme perfiles nuevos. Si no hay mata no hay patata.
AdoptaUnTío
Como Bumble, AdoptaUnTío está diseñada para ser más amigable con las féminas. Ellas la usan gratis y también son las que deciden con qué chicos quieren hablar. Ellos pueden registrarse gratuitamente y formar parte del “catálogo de hombres”, pero si quieren leer mensajes privados o llamar la atención de las chicas (como en Tinder, hay un número limitado diario de hechizos, los toques “hazme casito” de la casa) necesitan tener una suscripción activa. Se trata de un planteamiento bastante sexista que se vuelve incluso insultante en el diseño de la aplicación, que plantea la comunidad como un “supermercado” donde las mujeres echan en la cesta de la compra a los hombres que les interesan.
Basada en la francesa AdopteUnMec, se trata de una delegación española y por lo tanto todos los usuarios son de este país. Eso de partida ya está bien porque elimina a un elevado número de gente que está de paso y garantiza usuarios relativamente cercanos. Además, debido a su orientación female-first, AdoptaUnTío ha conseguido una proporción de género entre sus usuarios bastante equilibrada. En otras palabras: hay muchas tías y no hay tanta competencia como en otros sitios.
Aunque hay que pagar sí o sí, la tarifa es relativamente barata, menos de 7 euros al mes, así que en un momento de enajenación mental decidí darle una oportunidad, intrigado por probar algo diferente. La comunidad no es demasiado grande, así que un mes da margen más que suficiente para llamar a todas las puertas y tratar de conseguir todos los contactos de WhatsApp posibles antes de que expire la suscripción. Eso no ha sonado nada creepy, ¿verdad?
A diferencia de Tinder, donde conseguir un match es más difícil que cazar un unicornio, en AdoptaUnTío es fácil mantener conversaciones coherentes con personas. Para mi sorpresa, durante mi breve estancia pude conocer a varias chicas con personalidad, de esas que tienen más que decir que “hola k tal” y se describen como algo más que “soy amiga de mis amigos, me gusta viajar y pasarlo bien, paso de malos rollos”. Lo que no tardaría en descubrir es que algunas de ellas tienen demasiada personalidad…
Por respeto no entraré en detalles, tan solo diré que algunas deberían buscar tratamiento psicológico antes que ligues. En menos de un mes conocí a verdaderas tocadas del ala que me hicieron preguntarme cuándo me iba a capturar el ejército de la Reina de Corazones. Sirva de ejemplo una tronada que, sin ningún tipo de contexto, empezó a decirme cosas del tipo “haaññaañaññaaaa!” o “buaweeñlakajña”. Cuando le pregunté, sinceramente preocupado, si le estaba dando un ictus me respondió que era un test para comprobar si tenía sentido del humor y que lo había fallado. Acto seguido cortó toda comunicación. Muy normal todo.
La parte trágica es que también entré en contacto con nada menos que tres víctimas de malos tratos, una de ellas a la fuga, a las que intenté consolar y aconsejar de la mejor manera que supe. Encontrarse con tres casos de este tipo en espacio de menos de un mes da para pensar y no muy bien sobre cómo están las cosas por ahí. En un momento dado sus experiencias empezaron a pasarme factura a mí a nivel anímico y me di cuenta de que lo que yo les dijera o dejara de decir no iba a servir de nada porque necesitaban ayuda profesional. Una de ellas acabó ingresada en la planta de psiquiatría del hospital después de intentar suicidarse.
En resumen, no me fue muy bien en AdoptaUnTío, no señor, aunque al menos me sirvió para darme cuenta de que mi vida tampoco está tan mal.
Badoo
Esta creo que existía antes de Tinder, pero después de que le pasara la mano por la cara ha acabado implementando un sistema homólogo de deslizamiento de perfiles. Al margen de eso, también existe un “catálogo” abierto de gente registrada a la que se puede asaltar sin ningún miramiento para comenzar una conversación.
Usar Badoo es relativamente libre y uno puede interactuar a nivel básico sin darse un coscorrón con ningún muro de pago. En este caso la pasta llega a través de un sistema de créditos, aunque realmente no hace falta pagar porque existe la opción de ver publicidad para recibir créditos gratuitamente. Entablar conversación sin match cuesta créditos, aunque en general el peaje no es elevado y basta con ver unos cuantos vídeos para gorronear moneda virtual suficiente. Una cosa curiosa es que hay gente más barata que otra, una buena muestra de hasta qué punto estos tinglados hacen negocio a costa de cosificar a sus usuarios.
Por lo que he podido deducir por comentarios de otras personas, hubo un tiempo en que en Badoo había gente más o menos normal. Aparentemente esas personas han desaparecido y han sido sido sustituidas por replicantes defectuosos con nicks como Guapa485 y fotomontajes de tías saliendo de flores o con esas detestables orejas de osito. No ahondaré para no herir sensibilidades, pero definitivamente Badoo no es un buen lugar para ligar si aún tienes ilusión por la vida.
Lovely
Lovely es como Badoo, pero más mugrosa. Mucho más mugrosa. Solo llegué a hablar con dos personas, una inmigrante que no se extrañó ni por un segundo de que fuera embalsamador de cadáveres y una vegetariana que me bloqueó porque se sintió “humillada”. En mi defensa diré que yo solo le pregunté, en el contexto de una visita suya al veterinario, si los vegetarianos no iban al médico de las personas. Para que luego digan de los límites del humor…
OkCupid
Si hay una aplicación con aún menos penetración en España que Bumble esa es probablemente OkCupid. Tiene menos penetración que yo mismo. Su funcionamiento es, de nuevo, similar a Tinder, aunque incluye un completo test de personalidad que te muestra un índice de compatibilidad asociado a los perfiles. Otro punto positivo es que es muy inclusiva: soporta todas las orientaciones sexuales y géneros. Se trata, en general, de una aplicación muy bien pensada y bastante bien desarrollada, con todas las herramientas necesarias para encontrar gente afín. Solo le falta una cosa: la gente.

En OkCupid tuve una experiencia bastante curiosa. Conocí a una chica con bastantes gustos comunes con la que congenié bastante. Un buen día se definió como poliamorosa y me invitó a disfrutar de las bondades de la poligamia. “Bueno es saberlo”, le respondí, antes de explicarle que mi mentalidad es bastante más tradicional y que a mí la monogamia me parecía buen invento. Seguí hablando con ella un tiempo, porque me caía estupendamente y podría haber sido una buena amiga, pero después de darse cuenta de que no iba a formar parte de su harén particular decidió eliminarme sin previo aviso. No puedo decir que lo lamentara demasiado. Estuvo bien sentir, para variar, que solo le interesaba a alguien por mi cuerpo serrano. Un par de días después mi ego volvió a su paupérrimo estado habitual.
Ligoteo Gamer
Esta al principio me pareció bastante prometedora. Está especializada en el sector gamer-otaku y cuenta con una comunidad de usuarios bastante amigable, aunque escasa. No obstante, a pesar de su nombre, pocos la usan para ligar sino para encontrar compañeros de partida con los que jugar online o para opinar en una especie de foros temáticos.
Otro problema con Ligoteo Gamer es su escasa actividad. Da la sensación de que sus creadores no tienen medios o no se han preocupado demasiado por promocionarla, y los pocos usuarios registrados llevan meses o incluso años sin volver. En vista de lo cutre que es toda su interfaz, me inclino por lo primero.
Una vez asumido que de aquí tampoco iba a salir con esposa, seguí explorando la aplicación para ver si me salía alguna amistad, pero tampoco tuve ningún éxito. Además, la bajísima edad media del personal me hizo sentirme muy incómodo. Sospecho que en algún momento Ligoteo Gamer llegará a los periódicos de la mano de algún delito relacionado con la corrupción de menores. Quizá así consigan que la conozca alguien.
Lovoo
Mientras que Tinder se ha convertido en un lugar donde todo el mundo es más guay que yo, en Lovoo podría estar cualquier vecina de mi edificio. La mala noticia es que la gente es tan normal (y por normal quiero decir aburrida) que cuesta encontrar a alguien con quien apetezca hablar. Creo que el problema es de mi zona, porque he probado a ampliar el círculo geográfico y la estampa se vuelve bastante más colorida.
Lovoo está en ese punto en el que todavía no se usa demasiado pero podría mejorar bastante a poco que tuviera un marketing más ambicioso. En lugar de especializarse en reforzar un punto concreto se dedica a ofrecer de todo un poco. Hay una sección de deslizar perfiles a lo Tinder, pero también hay un catálogo abierto de usuarios a los que se puede abordar sin demasiado problema. Otra cosa es que quieran responder, claro, y es que la gente de Lovoo es tan coñazo que cualquier intento de hacer una presentación original o irónica acaba como un elefante entrando en un todo a cien. Contrastan, por exóticos, algunos perfiles de parejas que buscan compañeros de cama para hacer tríos. El que se atreva, ahí los tiene…
Una novedad que le da algo de personalidad a Lovoo es una sección de videochat que viene a ser como las webcams de las páginas guarras pero sin que nadie se quite la ropa. Lo gracioso es que algunos no lo saben, y te puedes echar unas risas viendo cómo algún cretino intenta negociar con su crush que se ponga algo más cómodo. Es divertido hasta que empieza a resultar tan dolorosamente triste que tienes que quitarlo.

Su sistema de monetización no es demasiado agresivo y se puede usar gratis sin ningún problema. También hay créditos pero su uso es laxo y es fácil conseguirlos viendo anuncios o simplemente por abrir la aplicación una vez al día.
Quizá su punto más negativo es que el software es muy inestable. A veces las notificaciones no llegan y es posible que pasen varios días hasta que la otra persona se de cuenta de que le has escrito. Si encuentras a alguien que te interesa te recomiendo darle tu teléfono lo antes posible. Más tarde o más temprano Lovoo te dejará vendido.
La aplicación no es nada especial, pero tampoco da la sensación de ser un sacaperras ni resulta demasiado difícil entablar conversación. Si no fuera porque aún no es muy conocida y los pocos que la usan pasan bastante de ella, podría ser una candidata a hacerle algo de sombra a Tinder.
Happn
Si no te importa demasiado que el Gran Hermano te vigile (malas noticias: Google y Apple ya saben exactamente dónde estás en cada momento aunque tú no se lo digas), Happn ofrece algo un poco distinto. Esta aplicación basada en la geolocalización permanente permite conocer a personas con las que te has cruzado por la calle. A ver, no es que se ponga a zumbar el móvil cada vez que te topas con otro usuario de Happn, simplemente guarda un registro y te informa de que a tal hora te encontraste con tal persona en tal sitio. Eso puede servir para entablar conversación con alguien que acostumbre a visitar tu restaurante favorito o una habitual de tu tienda de cómics de referencia. Como mínimo sirve para dar con gente que probablemente vive cerca de ti.
Si lo que te interesa es tener citas reales en lugar de chats que se eternizan sin que surja una invitación a un café, Happn podría ser tu aplicación de referencia. Si vives en una gran ciudad, claro, porque en pueblos o ciudades pequeñas la cantidad de gente que la usa es de aproximadamente cero.
Su funcionamiento es también el de “si los dos se gustan tienen permiso para hablar”, pero incluye la posibilidad de mandar saludos unidireccionales a cambio de créditos. Te vienen tres gratis al registrarte y si quieres más toca pagar por caja, pero lo más probable es que no necesites tantos. Usé uno con la única chica que me salió una mañana de camino al gimnasio (que por supuesto nunca me respondió) y todavía me sobran dos que no tengo con quién usar. Podéis anotar un nuevo fracaso a la lista.
Conclusión
El problema de titular el artículo con una pregunta abiertamente clickbait es que ahora me veo obligado a responderla. ¿Cuál es la mejor aplicación para ligar? Ninguna, joder. Las que no son un completo desastre son intentos maliciosos de sacarte el dinero. Si eres una persona insegura, debes hacer lo que puedas para mejorar o bien aceptarte a ti mismo tal como eres. Si eres tímido, no te quedará más remedio que practicar la conversación con gente de tu entorno hasta que te veas más suelto frente a desconocidos. Los seres humanos son extraños e imprevisibles y resulta difícil tratar con ellos. Ninguna aplicación para ligar va a hacer que tus bromas tengan gracia ni te va a dar ese aura de autoconfianza que irradian algunos hombres. Eso te lo tienes que trabajar, muchacho.
Además, estar en diez aplicaciones distintas no va a multiplicar tus oportunidades de ligar, tan solo va a reducir la batería de tu móvil al mínimo. Y ya tienen demasiada poca batería estos aparatos del demonio como para que lo empeores por ser un ansias. Dale tiempo a la vida.
La única moraleja que podemos sacar en claro de este año miserable de instalar y desinstalar basura de mi teléfono es que, a pesar de las muchas alternativas que hay en el mercado, al final nos toca ir a morir a Tinder. La triste realidad de las aplicaciones para ligar es que los únicos tíos que triunfan en ellas son los que no las necesitan en primer lugar.
